Durante la Segunda Guerra Púnica contra Cartago, Roma se enfrentó a un rival que fue casi tan duro como lo había sido Aníbal. Se trata de Arquímedes, el gran matemático griego que usó toda su sabiduría para salvaguardar su ciudad de Siracusa del asalto romano.
Marco Claudio Marcelo
En el año 214 a.C., Marco Claudio, conocido como Marcelo, había sido elegido cónsul por tercera vez (luego llegaron dos más…). Ya había derrotado a los galos de Britomarto e incluso dio buena cuenta del “invencible” Aníbal en la batalla de Nola. Gracias a sus contundentes victorias le apodaban la “espada” y contaba con la plena confianza del Senado, muy por encima de otros generales como Fabio Máximo, considerado demasiado defensivo y al que llamaban el «escudo”. Incluso el propio Aníbal se refería a ellos diciendo que “el uno me impide hacer algún daño y el otro me lo hace”.
«Fabio Máximo me impide hacer algún daño y Marcelo me lo hace”
Aníbal Barca
Marcelo en Sicilia
Roma le asignó el objetivo de controlar Sicilia ya que los cartagineses habían puesto de nuevo sus ojos en la isla, sobre todo tras las contundentes victorias de Aníbal en la península itálica. Y hacia allí se dirigió el general romano con el objetivo de tomar la ciudad griega de Siracusa, que se había puesto del lado púnico bajo el mando del general Hipócrates.
La mecánica de Arquímedes
Pero lo que los romanos no podían imaginar es que bajo los muros de la ciudad existía un personaje que se lo iba a poner realmente difícil, y no era otro que el siracusano Arquímedes (287 a.C.-212 a.C.). El matemático, físico, ingeniero e inventor era pariente y amigo del rey de Siracusa Hierón II, y había construido una serie de artilugios mecánicos defensivos que iban a poner a prueba los ataques romanos.
Marcelo decidió atacar tanto por mar como por tierra, contando con 65 naves de las cuales ocho iban atadas para lograr alcanzar el objetivo. Sin embargo no contaban que los artilugios de Arquímedes iban a lanzar un sinfín de proyectiles, piedras o vigas que hicieron papilla las naves romanas y muchas de ellas fueron al fondo del mar. El general romano pensó en realizar un ataque nocturno para minimizar el efecto de las máquinas de la ciudad. Sin embargo no contaron que Arquímedes también había tenido en cuenta tal posibilidad. Para ello contaba con una gran cantidad máquinas llamadas “escorpiones”, una especie de catapulta pequeña capaz de lanzar una enorme cantidad de proyectiles. Ni que decir tiene que el ataque volvió a fracasar y obligó a Marcelo a cambiar de táctica.
Según nos cuenta Plutarco, llegó hasta tal punto la desesperación romana que cualquier pequeño artilugio que vieran sobre las murallas de Siracusa, aunque fuera un simple palo o cuerda, provocaba el pánico entre las filas romanas que huían aterrados.
Ante esta situación Marcelo decidió dar tiempo al asedio y mientras decidió atacar Mégara, ciudad que arrasó venciendo a Hipócrates. De igual forma venció a todos los ejércitos a los que se enfrentó en Sicilia.
Sin embargo, tras dos años de asedio los defensores de la ciudad comenzaron a perder eficacia defensiva. Así aprovechando que en el interior de la ciudad se celebraba una fiesta en honor a Artemis, los romanos lograron tomar una de las torres que habían detectado carencias defensivas. Desde ese punto lograron abrir una de las famosas Seis Puertas de la ciudad. Cuando los defensores se quisieron dar cuenta de la situación ya era demasiado tarde. La ciudad había caído.
La muerte de Arquímedes
Arquímedes no se percató de la llegada de los romanos ya que se había enfrascado en la resolución de un problema complejo. Cuando llegó ante él uno de los soldados encargado de llevarle ante Marcelo, este le reprendió ya que no quería dejar el problema a medias hasta dar con la solución. El soldado se sintió despreciado, sacó su espada y dio muerte al griego. Cuando Marcelo se enteró sintió profundamente el fatal desenlace.
Curiosamente Arquímedes no dejó ningún tratado de mecánica escrito ya que consideraba que era un arte innoble. Probablemente los romanos pensaban de la misma manera, ya que los inventos del genio griego habían logrado aguantar dos años al imponente ejército romano.
¡Eureka!, el Principio de Arquímedes
Si por algo se conoce a Arquímedes es por el principio que lleva su nombre, mediante el cual lograba averiguar el volumen de un objeto al sumergirlo en agua. El rey de Siracusa Hierón II, del que era pariente, le preguntó cómo podría saber si su corona era de oro macizo o si le habían añadido otros materiales de menor calidad. De esta forma logró averiguar la densidad de la corona al sumergirla en agua y compararla con la del oro macizo. Tras su descubrimiento se dice que se puso tan contento que salió corriendo exclamando «¡Eureka!«, que viene a ser algo como «¡Lo he descubierto!«.