Un cenotafio es un monumento funerario que no contiene el cuerpo del difunto a quién se dedica. El arquitecto francés Etienne Louis Boullée ideó uno para Isaac Newton, en 1784, aunque quedó en eso… en el proyecto del cenotafio de Newton.
En la arquitectura de finales del siglo XVIII no solo los modelos de la antigüedad sirvieron como referencia. A los renovadores «visionarios» se les recordó no por las obras construidas, sino por los modelos reflejados en sus grabados, muchos de ellos difundidos tras fallecer los autores. Los «arquitectos revolucionarios» trataron de llevar a la práctica arquitectónica una orientación distinta, pretendiendo regresar a la naturaleza que era donde estaban las formas elementales de la geometría: círculos, cubos, conos, cilindros,… todos ellos proyectados siempre sobre su entorno natural. Prescindieron de las proporciones clásicas sin renunciar a la simetría y buscando monumentalidad, sin olvidar la inclusión de elementos pintorescos. Boullée escribe en la década de 1780 un cuaderno de proyectos con verdaderas obras pictóricas acompañadas de textos mostrando su convicción sobre la responsabilidad de los arquitectos en la sociedad y donde resume su idea de que la arquitectura puede producir sensaciones.
El cenotafio de Newton es un proyecto de connotaciones utópicas, de una escala imposible de realizar en aquel momento, algo de lo que Boullée era consciente. El interior emulaba el cosmos de la bóveda celeste de tal forma que el espectador se sintiera realmente minúsculo ante lo que nos rodea. En dicha esfera solo se colocaría el sarcófago que recibiría la luz por las diferentes aberturas que reproducirían las constelaciones, proporcionando al interior una iluminación variable, dependiendo del momento del día. Al exterior se aportarían unas hileras de cipreses en anillos concéntricos por sus tres altas terrazas, como alegoría a los mausoleos romanos, que aportarían al conjunto el aire propio de un monumento funerario, como nueva y admirada capacidad científica.