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El conde-duque de Olivares, el poder de un rey

Don Gaspar de Guzmán y Pimentel llegó a ser el hombre con más poder del mundo en el siglo XVII de nuestra era. Se trata del valido del rey español Felipe IV, del que recibió en 1621 los mandos del poder más grande existente y que le convirtió en el dueño de medio mundo… y que le enfrentaría al otro medio. El rey había delegado en su valido al igual que había hecho su padre Felipe III con el duque de Lerma.

Pese a que la herencia recibida era enorme en extensión resultaba un auténtico polvorín con numerosos enfrentamientos externos con la mayor parte de las potencias de la época, y con grandes problemas internos.

El Conde-Duque llegó a ser el hombre con más poder del mundo en los inicios del siglo XVII

Don Gaspar de Guzmán y Pimentel llegó a ser el hombre con más poder del mundo en el siglo XVII de nuestra era. Se trata del valido del rey español Felipe IV, del que recibió en 1621 los mandos del poder más grande existente y que le convirtió en el dueño de medio mundo. El rey había delegado en su valido al igual que había hecho su padre Felipe III con el Duque de Lerma. Curiosidades de la HistoriaNuestro protagonista no nació en España sino en Roma, debido a que su padre era embajador en la Santa Sede. No llegó a la península hasta los 13 años, en el año 1600. Curiosamente su destino era el clero, y era su hermano mayor y primogénito el destinado a ser el siguiente conde de Olivares. Pero el repentino fallecimiento de este hizo que D. Gaspar adquiriera el título y las tierras de la familia. Fue el valido de Felipe III, el duque de Lerma, quien le asignó como hombre de cámara del heredero, el futuro Felipe IV, cuando este sólo contaba con 10 años. Esto le permitió ejercer una plena influencia sobre el futuro monarca y, en 1621 tras el fallecimiento del rey, comenzaba el reinado de Felipe IV con el conde-duque a su lado.

«Ahora todo es mío” llegó a decirle a su predecesor, el duque de Uceda, hijo del duque de Lerma, que había sustituido a su padre como mano derecha del rey. Sin embargo los 22 años que estuvo al lado del monarca fueron realmente complicados para el país, con una decadencia que iba en aumento desde la instauración de los austrias menores tras el fallecimiento de Felipe II. Tal fue el desbarajuste del país y la pérdida de prestigio (y guerras) exterior que ni siquiera el rey pudo evitar cesarlo del cargo en 1643. Fecha en la que sería «desterrado» a Loeches.

«Ahora todo es mío» 

Conde-Duque de Olivares

Pero no todo el periodo fue tan negativo, en 1625 tuvo su momento de gloria en lo que lo historiadores han llamado el “annus mirabilis” que hacía parecer que España recuperaba la supremacía europea con victorias tan importantes como la de Spínola en Breda, D. Fadrique en Bahía, Fernando Girón en Cádiz, el marqués de Santa Cruz en Génova o D. Juan de Haro en Puerto Rico. Sin embargo pronto se demostró que ese gran año sería un espejismo. Con la guerra de Mantua en 1628 comenzaría una interminable guerra con Francia, deseosa de quitar la supremacía hispana, ya que sus territorios estaban rodeados de posesiones españolas. Pero nuestro país vecino no será la única preocupación del valido, Portugal y Cataluña se habían sublevado y en 1640 el primero lograba su objetivo y se escindió del Imperio Español. Holanda en la “eterna» guerra de Flandes nos había procurado humillantes derrotas navales. Se había iniciado una la inevitable independencia de los flamencos, que rubricaría el sucesor de Olivares, con la Paz de Westfalia. Se ponía fin a la guerra de los 30 años y a la hegemonía española en Europa donde perdía la mayoría de los territorios continentales.

Un gran reformador

El conde-duque, a diferencia de sus predecesores, no le interesaba acumular riquezas ni mayorazgos. Emprendió una gran política reformista que sin embargo no tuvo el éxito esperado y terminó provocando problemas internos y su final político. La Unión de Armas, su proyecto estrella, trataba de que todos los reinos de la monarquía contribuyeran al mantenimiento del ejército que se batía en Europa, algo que tradicionalmente soportaba Castilla. Las Cortes de Aragón y Valencia apenas contribuyeron y en las de Cataluña encontró una fuerte oposición con las oligarquías. El aumento de la presión fiscal provocó un gran malestar en la población y en los nobles, desembocando en numerosas revueltas, como en Andalucía, Vizcaya o Nápoles y sublevaciones como Cataluña o Portugal.

Fueron 22 años de trabajo incansable de don Guzmán pero sin éxito. Sin la ayuda de la nobleza y con grandes dificultades a nivel institucional, donde las reformas iniciadas se instauraban con extremada lentitud, el fracaso fue un hecho.

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