Muchas curiosidades se asocian a esta famosa pintura expresionista. Tal vez la más conocida de ellas sea la que habla de que se trata, en sus diferentes versiones, del cuadro más robado de la historia. La crónica delictiva asociada a esta obra comienza en el año 1994, cuando desapareció de la National Gallery de Oslo. En esa primera ocasión, los ladrones no sólo se llevaron el cuadro sino que además se regodearon en su acción, agradeciendo mediante una nota la pobre vigilancia del museo. Utilizaron una simple escalera para acceder a la pinacoteca, por una ventana. Diez años después, una versión en tempera fue sustraída del Museo Munch (Munchmuseet), a plena luz del día.
Existen cuatro copias del cuadro de las cuales sólo una se encuentra en manos privadas, tras ser vendida en una subasta. Se convirtió en ese momento en la pintura más cara jamás subastada. Fue en al año 2012, en Sotheby´s, alcanzando la cifra de ciento veinte millones de dólares.
Hay otras llamativas informaciones relacionadas con el cuadro. Sirvió, al parecer, de inspiración al cineasta Wes Craven para confeccionar la careta del protagonista de la película de terror “Scream”. En cuanto a lo que inspiró al pintor, se vislumbran varias influencias. Una de ellas podría ser la momia de un antiguo guerrero peruano conservada en una posición similar, que el autor habría observado visitando una exposición en un museo en París.
Margaret Livingston, profesora de neurobiología de Harvard, ahonda en las sensaciones que nos produce la contemplación de esta pintura. Sostiene que las neuronas de los primates están programadas para responder a las caras que tienen gestos y expresiones más exageradas. Tal vez por eso nos produce ese desasosiego tan profundo, esa angustia difícil de comprender y expresar con palabras.
Pocas pinturas se consideran tan icónicas como el impactante cuadro expresionista del pintor noruego. Al adentrarse en él, no es difícil dejarse llevar por el vértigo, como quien en el punto más alto de una montaña rusa, apreciando la violenta perspectiva que se inicia al frente, quiere poder dar marcha atrás y al mismo tiempo, desea iniciar el descenso a toda velocidad, atravesando líneas y manchas de color. Un viaje cromático en el que es imposible olvidar la figura central de la escena, ese ser sufriente, desbordado por el miedo y el dolor, emitiendo un casi audible grito que parece condensar todos los terrores latentes nunca expresados. No muy alejados de él, otras dos figuras pasean tranquilas por el puente, ajenas por completo a esa potente sensación de pánico o desesperación existencial, ignorantes de subjetivas percepciones.
Como es obvio, El grito de Edvard Munch solo pudo “verlo” Edvard Munch. Ni siquiera los dos amigos que paseaban con el pintor en el instante que reproduce esta escena, se percataron del paisaje y del intenso efecto que causó en Edvard, quien permanecía detenido, temblando de miedo, sintiendo “como si un alarido infinito penetrara toda la naturaleza”. Los libros de arte nos dicen qué debemos ver, lo que se supone que debemos ver. Pero cada cual debe ver su propio “grito”, encontrar lo que la obra nos provoca de manera individual.
Un cuadro de película
- Título original: “Shrik (El grito)”
- Año: 1893
- Autor: Edvard Munch
- Museo: Galería Nacional de Noruega, Oslo (Noruega)
- Técnica: Óleo temple y pastel sobre cartón (91 x 74 cm)