El reinado del ‘Prudente’ monarca español Felipe II fue todo menos tranquilo. Vivió grandes victorias como en Lepanto o San Quintín y tragedias como «la invencible» en la empresa de Inglaterra, pero nada pudo suponerle mayor desgracia que la vida y muerte de su primogénito, el príncipe don Carlos, el que era llamado a ser rey de España y que se dejó morir de hambre estando encarcelado. Su llegada al mundo ya vino de la mano de la tragedia pues ese 8 de julio de 1545 provocaba la muerte en el parto de María Manuela, primera esposa del monarca y madre del que sería príncipe de Asturias.
Ya desde niño tanto el monarca como su padre, el gran Carlos V, habían advertido problemas físicos y debilidad que les hacía presagiar un problema de sangre ya conocido en la familia. Sin ir más lejos su bisabuela Juana “la Loca” y su abuela también llamada Juana habían sido recluidas en Tordesillas y Arévalo presas de la locura y su primo el rey Portugués Sebastián I, había sufrido también desequilibrios que le llevó a emprender una cruzada contra el infiel musulmán que le llevó a la muerte.
Pese a que a los 14 años se le nombró heredero a la mayor corona que existía en la tierra, no tenía un comportamiento normal como el que era exigible al heredero de tal imperio. Nunca fue aplicado en los estudios, siempre muy por debajo de Juan de Austria o Alejandro Farnesio y mostraba un desmedido interés por la comida, el vino y las mujeres. Su locura le hacía atacar o insultar a cualquiera que le viniera en gana, ya fuera un consejero o el mismo Duque de Alba.
Su frustrada boda con Isabel de Francia que terminó siendo la tercera esposa del Rey Felipe creó un sentimiento de odio hacia su padre que nunca desaparecería. Pero lo que el monarca hispano nunca pudo imaginar es que su propio hijo podría serle infiel hasta el punto de apoyar a los rebeldes de Flandes e incluso llegó a programar abandonar la corte para ser el libertador de esas tierras.
El 18 de enero de aquel fatídico años de 1568, el mismo rey acompañó a la guardia a detener al príncipe, que aseguraba sin ningún miramiento que sólo deseaba matar a una persona, al propio Rey Felipe. Las locuras no hicieron más que acrecentarse en prisión donde se dejó morir de hambre el 24 de julio de ese año. Pero para aumentar la fatalidad de aquel año tan aciago para el monarca, tan sólo dos meses después también fallecía la reina Isabel de Valois, quedándose solo en lo que el propio monarca dijo que fue la noche más negra de su vida.