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La última carta de María Antonieta

Esta es la última carta que escribió la reina francesa María Antonieta en la madrugada del 16 de octubre de 1793, unas horas antes de su ejecución en la plaza de la Revolución de París, Francia. En la carta, que iba dirigida a su cuñada (se refiere a ella como su hermana) Isabel de Francia (Madame Élisabeth), se puede observar los restos de las lágrimas de la que había sido reina hasta el 21 de enero de ese año, el día que fue ejecutado en la guillotina Luis XVI. En ella habla sobre todo de sus hijos y de su pesar por dejarles sólos e indica que dejará este mundo con la conciencia tranquila y con la firmeza de su marido.

Lamentablemente la emotiva carta jamás llegó a Madame Isabel. Cayó en manos de Robespierre y él la ocultó.

París, 16 de octubre de 1793, 4:30h

«Esto es para ti, mi Hermana, te escribo por última vez. Acabo de ser condenada, no a una muerte vergonzosa, esta es sólo para criminales, pero para reencontrarme con tu hermano. Inocente como él, espero mostrar la misma firmeza en mis últimos momentos. Estoy tranquila, como lo está uno cuando no tiene nada que reprocharle a su conciencia. Me siento profundamente triste por dejar a mis pobres niños: tú sabes que sólo viví por ellos y por ti, mi buena y tierna hermana. Tú, que por amor lo ha sacrificado todo para estar con nosotros, ¡en qué situación te he dejado! He sabido en el procedimiento de mi juicio que mi hija fue separada de ti. ¡Ay! Pobre niña; no me atrevo a escribirle a ella: no recibiría mi carta. Ni siquiera sé si tú recibirás esta. ¿Recibes mi bendición para ellos? Espero que un día, cuando ellos sean mayores, serán capaces de reencontrarse contigo y disfrutar por completo de tu tierno cuidado. Hazles pensar en la lección que nunca he dejado de inculcarles, que los principios y el cumplimiento exacto de sus deberes, son la principal base de la vida, y después, el mutuo afecto y la confianza el uno en el otro, completarán su felicidad.

carta Maria Antonieta
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Haz que mi hija sienta que, a su edad, ella debe ayudar siempre a su hermano, dándole el mejor consejo por su mayor experiencia y afecto. Y haz que mi hijo a su vez, cumpla con su hermana toda la atención y servicios que su afecto pueda inspirarle. Hazles saber, en definitiva, que sintiendo esto entre ellos, sea cual sea la posición en la que se encuentren, nunca serán realmente felices si no están unidos. Hazles seguir nuestro ejemplo ¡En nuestra propia desgracia, cuánto consuelo nos ha dado nuestro afecto! Y, en tiempos felices, hemos disfrutado el doble al ser capaces de compartirlo con un amigo; y, ¿dónde podemos encontrar amigos más tiernos y más unidos que en la propia familia? Haz que mi hijo nunca olvide las últimas palabras que su padre le repitió con énfasis; haz que nunca busque vengar nuestras muertes. Tengo que hablar contigo de una cosa muy dolorosa para mi corazón. Sé cuánto dolor te ha podido causar el niño. Perdónale, mi querida hermana; piensa en su edad y en lo fácil que es para un niño decir todo lo que desea, especialmente cuando no lo entiende. Espero que algún día, él valore tu bondad y tu tierno afecto por ellos dos. Esto queda para confiaros mis últimos pensamientos. Tendría que haber deseado escribirlos al principio de mi juicio, pero además de que no me facilitaron ningún medio para escribir, los acontecimientos han sucedido tan rápido que realmente no he tenido tiempo.

Muero en la religión Católica Apostólica y Romana, la de mis padres, en la que me crié, y la que siempre he profesado. Al no tener un consuelo espiritual que buscar, ni siquiera sabiendo aun si hay en este lugar sacerdotes de esta religión (y que de hecho el lugar en el que estoy les expondría a demasiado peligro una vez entrasen en él), sinceramente imploro perdón a Dios por todas las faltas que haya podido cometer durante mi vida. Confío en que, en su bondad, Él misericordiosamente aceptará mis últimas oraciones, así como las que durante mucho tiempo Le he dirigido, en su misericordia, le ruego perdón a todos los que conozco y sobre todo a ti, mi hermana, por todo el daño que, sin pretenderlo, pueda haberte causado. Perdono a todos mis enemigos los males que me han hecho. Me despedí de mis tías y de todos mis hermanos y hermanas. Yo tenía amigos. La idea de separarme de ellos para siempre y de todos sus problemas, es uno de los mayores dolores que sufro al morir. Hazles saber por lo menos, que en mi último momento, pensé en ellos. Adiós, mi buena y tierna hermana. Ojalá esta carta te llegue. Piensa siempre en mí. Te abrazo con todo mi corazón, como lo hago con mis pobres niños. ¡Dios mío, qué desgarrador es dejarlos para siempre! ¡Adiós! ¡Adiós! Ahora debo ocuparme de mis deberes espirituales, de manera que no soy libre en mis acciones. Tal vez me traigan un sacerdote, pero aquí declaro que no le diré ni una palabra, si no que le trataré como a un completo extraño.”

Fuente: teaattrianon.blogspot.co.uk
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