La rivalidad entre las dos principales potencias del mediterráneo fue legendaria y durante más de un siglo les enfrentó en las llamadas Guerras Púnicas hasta que la balanza se decantó del lado romano y la ciudad de Cartago fue arrasada y cubierta de sal para que nada creciera allí. Pero no nos adelantemos.
No siempre estuvieron envueltos en conflictos armados, no digamos que fueron dos pueblos amigos pero se necesitaron mutuamente y durante siglos acordaron varios tratados de paz y ayuda mutua.
Tratados entre Roma y Cartago
El primer acuerdo entre las dos potencias fue en el año 509 a.C., cuando Roma nacía como república y todavía no tenía suficiente poder por lo que este tratado benefició más a los cartagineses, que a cambio de respetar la zona del Lacio, los latinos no podía navegar más allá del cabo Farina, que delimitaba la parte más occidental del golfo de Cartago.
En el 348 a.C. se firmó un segundo tratado, similar al primero, donde se agregaban aliados de los púnicos, como Ciro y Útica. En el 306 a.C. se acordaban los asuntos de Sicilia en el tercer tratado donde Córcega pasaba a ser una zona neutral. Ante las ofensivas de Pirro se formó el cuarto y último tratado en el año 278 a.C. y fue el único con fines militares. Ambas potencias trataban de protegerse económica y militarmente de las ofensivas de Pirro de Épiro, un genio militar que llegó a poner contra las cuerdas a la mismísima Roma entre los años 280 a.C. y 275 a.C. Las grandes batallas en el sur de la península dieron lugar a las victorias pírricas.
Primera Guerra Púnica (264 a.C. – 241 a.C.)
Tras expulsar a Pirro de la península itálica, Roma tuvo que decidir hacia donde llevar su expansión y la elección fue Sicilia, lo que rompía el tratado del 278 con Cartago al apoyar a Mesina frente a los norteafricanos. En el año 254 a.C. comenzaba el primero de los tres enfrentamientos, que fue desigual ya que los romanos se imponían en tierra y sin embargo eran inferiores en combate naval ante la potente flota de Cartago. Los romanos sabían que para vencer debían mejorar sus barcos y a partir del 250 a.C. iniciaron un proceso de mejora aumentando significativamente el número de sus navíos.
Favorable a Cartago en sus comienzos liderados por Amílcar Barca, una intrépida acción romana dio un vuelco y cambió el sentido de guerra. Un ataque por sorpresa en el 241 a.C. cerca de las Islas Egadas, destruyó gran parte de la flota cartaginesa (la mitad de unos 250 navíos) que llegaba a Sicilia pata reforzar sus fuerzas con hombres y provisiones, obligando a Cartago a pedir la paz. Las condiciones fueron dramáticas para el imperio comercial, que además de tener que abandonar Sicilia tuvo que pagar una enorme indemnización de guerra a los vencedores. La pérdida del tesoro provocó la falta de pago a los mercenarios que formaban el ejército cartaginés, por lo que se rebelaron y provocaron una guerra que duró dos años y causó numerosos víctimas cartaginesas hasta que fue aplastada por Amílcar.
La derrota fue un duro golpe para al pueblo cartaginés. El general Amílcar hizo jurar a su hijo Aníbal odio eterno a Roma, y a fe que lo iba a cumplir hasta sus últimas consecuencias.
Ante la difícil situación de Cartago tras el fracaso militar, y debiendo pagar grandes cantidades de dinero, decidieron buscar nuevos territorios llegando a Península Ibérica en el año 226 a.C., fundando Cartago Nova (Cartagena), que sería su capital en el nuevo territorio. Asdrúbal era el líder cartaginés que negoció con Roma el Tratado del Ebro, que limitaba la influencia de ambas potencias. Tras su fallecimiento tomó el mando Aníbal Barca que inició la conquista de la península, que les llevó hasta Salamanca por el oeste y hasta Sagunto al norte. Esta localidad estaba situada al sur del Río Ebro por lo que Cartago no incumplía el tratado. Sin embargo los romanos la reclamaron por su estatus de aliada y acusó a Cartago de una agresión directa a la mismísima Roma. En realidad querían detener el enorme poder que estaba alcanzando de nuevo el Imperio Cartaginés y Sagunto, probablemente, no fue más que la excusa perfecta.
Segunda Guerra Púnica (219 a.C. – 202 a.C.)
Ante la declaración de guerra, Aníbal decidió ir hacia delante, algo que hizo de manera literal. Juntó un enorme ejército y atravesó los Pirineos, después la Galia, así realizó la famosa epopeya de cruzar los Alpes con sus famosos elefantes de batalla, hasta llegar al norte de Italia y entrar en la Península amenazando directamente a la República en su propio territorio. Las batallas caían todas del lado cartaginés y Aníbal comenzaba a forjar su leyenda.
Ante las continuas derrotas romanas, en el 217, Quinto Fabio Máximo es elegido dictador y decide una táctica diferente: evitar grandes enfrentamientos, manteniendo a distancia a las tropas de Aníbal. Sin embargo, en Roma no estaban acostumbradas a esta pasividad y en 216 a.C. los nuevos cónsules reclutaron un enorme ejército (unos ochenta mil efectivos) para enfrentarse en una batalla definitiva a los cartagineses. La suerte no cambió y la batalla de Cannas se convirtió en la mayor derrota en la historia para Roma, que perdió más de la mitad de sus soldados.
La situación de Roma era dramática, incapaces de detener el avance de Aníbal, cambiaron de estrategia. Apareció un nombre que será determinante en la historia de la Ciudad Eterna: Publio Cornelio Escipión. Decidió atacar a Cartago donde más daño podría hacerle, en su retaguardia. Así llegó a la Península Ibérica y tomó Gades (Cádiz) en el 205 a.C. y en 209 a.C. caía la capital peninsular, Cartago Nova. Roma cerraba las provisiones de Aníbal, que ya no recibiría refuerzos. Escipión no se detuvo y en el 204 a.C. saltó hasta la mismísima Cartago, amenazando la primera ciudad del Imperio Cartaginés. Ante la amenaza, Aníbal que seguía en la Península itálica pero que no se había atrevido a atacar directamente a Roma, fue reclamado a toda prisa a defender su capital.
«Aníbal, sabes vencer pero no sabes aprovecharte de las victorias»
Uno de sus generales a Aníbal tras Zama
Sin provisiones, Aníbal llegó apresuradamente al norte de África para enfrentarse a Escipión en el 202 a.C. En Zama, a las afueras de Cartago, fue derrotado y ni siquiera los elefantes de guerra pudieron serles útiles en el campo de batalla. Fue el final de la Segunda Guerra Púnica y de Cartago como potencia comercial y militar. Ahora Roma se convertía en la indiscutible dueña del mediterránea y los Escipiones en una familia poderosa. Desde Zama, a Publio Cornelio se le conoció con el sobrenombre de Escipión el Africano.
La leyenda nos cuenta que ambos generales, años más tarde de Zama, tuvieron una conversación privada donde el cartaginés le comentó que se hubiera convertido en el mayor general de la historia si hubiera vencido en Zama, por encima incluso de Alejandro Magno. Poco tiempo después Aníbal se suicidó antes de caer prisionero de Roma.
Tercera Guerra Púnica (149 a.C. – 146 a.C.)
Cartago se había se había reducido hasta tal punto que cualquier decisión debía ser aprobada por los romanos, incluyendo las acciones militares. No era ninguna amenaza para la Roma que ya dominaba el mundo conocido. Sin embargo existían voces en la república que demandaban su total destrucción.
“Carthago delenda est”
(“Cartago debe ser destruida”)Catón el Viejo
En el 150 a.C. un conflicto entre cartagineses y númidas provocó el tercer y último enfrentamiento. Masinisa, el rey de Numidia, inició una ofensiva anexionándose territorios cartagineses. Cartago reaccionó y tomó las armas para defenderse, lo que Roma interpretó como un acto de guerra.
Otro miembro de la familia Escipión, esta vez Escipión Emiliano, nieto de El Africano, fue el encargado de aplastar las pocas fuerzas que le quedaban a la otrora gran Cartago. Se defendieron con todo lo que tenían, más de cien mil combatientes de una ciudad de 1 millón de habitantes, pero no pudieron evitar el fatal desenlace. La ciudad fue totalmente destruida, incendiada y cubierta por sal. La mayoría fallecieron en la batalla. Los pocos que sobrevivieron, unos cincuenta mil, fueron hechos esclavos. El nuevo territorio fue repartido entre Numidia y Roma, convirtiéndose en una nueva provincia romana. Finalmente se cumplió el sueño de Catón el Viejo y su famosa frase “Carthago delenda est” (“Cartago debe ser destruida”).
Tras Cartago, Escipión Emiliano, elegido Cónsul, fue el encargado el asedio y destrucción de Numancia en el 133 a.C. Por ello pasó a ser conocido como El Numantino.