A mediados de 1945, Japón tenía muy cuesta arriba salir victorioso de la Segunda Guerra Mundial, casi toda su marina imperial se había perdido, así como la mayoría de las islas. Su última esperanza era el sen toku, el ataque secreto submarino.
Este proyecto estaba formado por los súper submarinos de la clase I-400, con lo que pretendían atacar con armas químicas posiciones de la costa oeste norteamericana. Sin embargo la idea del ataque bacteriológico fue desechada ya que los máximos dirigentes nipones los consideraban crímenes contra la humanidad. Imaginamos que si hubieran conocido las armas secretas norteamericanas las hubieran usado sin dudarlo.
Estos enormes submarinos, por entonces lo más grandes jamás construidos, tenían una característica especial: cargaban 3 hidroaviones, lo que lo convertía en uno de los primeros submarinos portaaviones del mundo. Unos hangares especiales servían para los aviones fabricados especialmente con alas plegables que eran capaces de montarse en muy poco tiempo.
Lamentablemente para Japón, esta innovadora arma secreta llegó demasiado tarde. La primera misión real fue la destrucción del canal de panamá para así obligar a los barcos estadounidenses a utilizar la ruta a través del cabo de hornos, pero de nuevo un cambio de estrategia anuló los planes. Las bombas atómicas pusieron fin a la guerra y estos submarinos no pudieron tener ningún impacto. Los apenas dos ejemplares desarrollados cayeron en manos de los norteamericanos que se quedaron muy sorprendidos pues eran muy superiores a cualquier tecnología aliada. Tras revisarlos a fondo decidieron hundirlos para evitar que los rusos tomaran nota de ello.