El zar Pedro I, llamado el Grande, trató de occidentalizar su vasto imperio y una de estas medidas fue referente a las barbas de sus ciudadanos. Muy influenciados por la iglesia ortodoxa y la nobleza imperante, los Boyardos, todos los rusos lucían orgullos unas largas barbas.
Un edicto contra la barba
En 1705 proclamó un edicto donde prohibía el uso de la barba a todos sus súbditos. Aquellos que no cumplieran con la orden podían ser afeitados en cualquier momento e incluso podrían ser sancionados o desterrados. No obstante aquellos que quisieran mantener la tradición barbuda, podían hacerlo previo pago de un impuesto. Para gestionar este impuesto se emitió una serie de fichas o tokens de bronce, que debían lucir siempre en el cuello como una medalla y que permitían al portador mantener y lucir sus barbas con relativa seguridad. Y decimos relativa porque al zar le gustaba cortar barbas y no de una manera suave precisamente, digamos que no usaba ningún ungüento o aftershave de la época que aliviara el corte.
El coste de este token estaba entre 30 y 100 rublos dependiendo de la categoría social y se trataba de un pago de carácter anual. Una cantidad que no muchos rusos podían asumir, por lo que la mayoría de los ciudadanos tuvieron que optar por el rapado.
La barba, tradición en Rusia
La tradición Rusia incorporaba la barba como algo muy arraigado, el mismo el zar Iván IV, el terrible, había llegado a afirmar que afeitar la barba es como “mutilar la imagen del hombre creada por Dios”. Sin embargo nuestro protagonista estaba decidido a sacar a su inmenso imperio del medievo. El monarca realizó muchos viajes por el Europa, y al regresar de uno de ellos en 1668, fue cuando se le debió ocurrir la idea de las barbas, quizá en la locura alguna de sus habituales borracheras, pues al parecer al monarca le gustaban en demasía las grandes fiestas, de las que solía acabar muy perjudicado.
No sólo en Rusia
El zar no fue el primero en aplicar impuestos a los barbudos. En Inglaterra ya habían aplicado estas tasas un siglo antes, en la época del polémico y paradójicamente barbudo Enrique VIII.
Pedro I, el emperador de «todas las Rusias«, fue también el constructor de la Armada Rusa que prácticamente era inexistente a finales del siglo XVII. Rusia logró la primacía en el Báltico sobre todo tras la batalla de Gangut de 1714.