Hoy nos vestimos de prensa rosa de la época. No vamos a descubrir la fama de hombreriega (que suena mal pero es el equivalente al masculino mujeriego) de la reina Isabel II, a la que siempre se ha asociado multitud de amantes e incluso se pone en duda que su hijo Alfonso XII fuera realmente de su marido Francisco de Asís. Pero lo que no podíamos imaginar es que le tirase los trastos al mozalbete al que pretendía casar con su hija.
La idea del rey de Italia Víctor Manuel II era casar a su segundo vástago Amadeo (1845-1890), con una de las infantas de España. Por ello el turinés con apenas 20 años realizó un viaje a España con la excusa de conocer a la infanta. No perdió el tiempo el duque de Aosta, ya que antes de acudir en presencia de la reina y de su hija, viajó por Lisboa y el sur de España, visitando Cádiz y Granada, donde disfrutó de las muchachas de la zona. Llegó a Madrid el 3 de septiembre de 1865. El general Serrano le acompañó en su estancia e incluso llevaron a disfrutar de una corrida de toros. Le despidió con un «esperamos volverlo a ver en España«, dicho y hecho.
Isabel II se encontraba de vacaciones en el norte de España y tras la estancia de cuatro días en Madrid, Amadeo viajó a Zarautz al encuentro de las borbonas, madre e hija. Al parecer el saboyano no tenía la más mínima intención de casarse por el momento pero tenía que complacer a su padre. Cuando el apuesto Amadeo llegó a presencia de la reina, está quedó encantada con elegante príncipe italiano y ni corta ni perezosa, y aun estando en presencia de su marido, no pudo sino exclamar “¡qué bien parido está este real mozo!”. Ante tal afirmación Amadeo respondió con una sonrisa, no porque le gustara el piropo sino porque no entendía ni papa de español. Según cuenta en sus escritos Claude Douvet, cuando le tradujeron al italiano no le hizo mucha gracia y llegó a decir entre su séquito que no entendía como esa «gorda» había sido capaz intentar seducirle.
«¡Qué bien parido está este real mozo!»
Isabel II a Amadeo de Saboya
Como era de esperar, no mostró ningún interés por la infanta Isabel, también llamada la Chata (su nombre real era un poco más largo, María Isabel Francisca de Asís Cristina Francisca de Paula Dominga). No se sabe si fue porque la muchacha realmente no le gustó o por llevarle la contraria a su padre, el caso que la cosa no cuajó. No era por tema de gustos hacia el sexo femenino, pues en su estancia en España, que se alargó una semana, sí que mostró mucho interés en las nativas. Así que finalmente abandonó España el real mozo rumbo a su tierra, donde dos años más tarde se casó con María del Pozzo. Y como ya sabéis no fue su última visita a España. En 1870, cinco años más tarde de la visita narrada, regresó en forma de rey como Amadeo I de Saboya. El monarca elegido por Prim aguantó en el cargo tres años. Renunció al trono en 1873, sin poder encontrar soluciones para los endémicos problemas de un país que había decidido autoinmolarse repetidas veces a lo largo del siglo XIX. Y el «bien parido real mozo» salió definitivamente de España para no volver jamás.