Se trata sin duda de uno de los personajes más desconcertantes y enigmáticos de la historia de España, que alcanzó títulos y poder hasta que cayó en desgracia, terminando sus días recluida por orden real.
Mendoza y de la Cerda
De nombre Ana de Mendoza y de la Cerda (1540-1592), aunque es conocida por todos como la Princesa de Éboli. Sus apellidos ya nos dejan en claro el origen familiar de la cifontina. Por un lado pertenecía al linaje de los Mendoza, una de las familias más importantes de finales del siglo XV y el XVI, y por el otro el apellido de la Cerda que la entronca, nada más y nada menos, con el mismísimo Alfonso X el Sabio.
Cardenal Mendoza
Ana de Mendoza era hija de Diego de Mendoza y de la Cerda y de Catalina de Silva. Su abuelo paterno era Diego Hurtado de Mendoza y Lemos, uno de los hijos que tuvo el Cardenal Mendoza, Pedro González de Mendoza. Pese a su posición cardenalicia y a no poder tomar esposa, era común que tuvieran relaciones y por tanto, descendencia. Los tres hijos que tuvo eran los “lindos pecados del Cardenal” a los que se refería la reina Isabel la Católica.
De la misma forma que recibía el ilustre apellido Mendoza como bisnieta de Pedro González de Mendoza, por parte de su abuela paterna estaba entroncada con la realeza castellana del siglo XII. Su abuelo, Diego Hurtado de Mendoza y Lemos, se casó con Ana de la Cerda (1485-1553), cuya raíz la une a ilustres reyes como Fernando III el Santo o su hijo Alfonso X el Sabio.
La realeza castellana
Si navegamos por la genealogía familiar, llegamos a Bernardo de Foix (1350-1381), el I conde de Medinaceli, título que obtuvo tras su ayuda en la guerra civil castellana entre Pedro I y Enrique de Trastámara, apoyando al segundo que finalmente dio muerte y usurpó el trono de su hermanastro (que al parecer no era tan “cruel” como le pintaron). Este Bernardo se casó con Isabel de la Cerda (1329-1389), razón por la que a su descendencia, desde entonces, se le añadió el «de la Cerda«.
La Princesa de Éboli provenía de la familia Mendoza y de la realeza castellana
Isabel era la nieta de Alfonso de la Cerda el Desheredado, en el que, según algunos, debió recaer el trono de Castilla tras la muerte de su padre, el infante Fernando, el primogénito de Alfonso X. Pero Sancho IV, el Fuerte, el segundogénito, se impuso incluso por delante de las pretensiones de su propio padre, al que se enfrentó en sus últimos años. Las disputas iniciaron una guerra civil que duró largo tiempo. Sobre las razones de unos y otros, aún hoy en día hay distintas formas de verlo. Las leyes tradicionales o consuetudinarias daban la razón a Sancho pero las Partidas indicaban que debía primar la primogenitura y la representación, y por tanto la corona era de Alfonso. Al final, la “fuerza” de Sancho se impuso.
Origen del “de la Cerda”
Independientemente de los derechos al trono, la estirpe del infante Fernando de la Cerda fue la que llegó hasta nuestra Ana de Mendoza. Sobre la etimología de «de la Cerda», que se confirmó en toda una casa nobiliaria, al parecer se pudo deber a que el infante tenía un lunar velludo situado en su espalda (o en su pecho, no está claro), que debía ser considerable para ser llamado así.
La Princesa de Éboli
Sobre la princesa de Éboli hay algunas certezas y otras muchas que son parte de lo legendario. Nacida en la localidad de Cifuentes en 1540, fue comprometida en matrimonio con tan solo 13 años con Ruiz Gómez de Silva (1516-1573), noble portugués y persona muy cercana al rey Felipe II, al que acompañó en su andadura matrimonial por las tierras de la Pérfida Albión, además de realizar otras labores políticas en Países Bajos e Italia. Por todo ello el monarca le otorgó el título de Príncipe de Éboli (situado en el sur de Italia), que también recayó sobre nuestra protagonista y por la que se le conoce habitualmente.
La pareja vivió entre Madrid y Pastrana hasta que fijaron su residencia habitual en este último lugar, villa que Ruy había comprado a la condesa de Melito, abuela de Ana. El rey les otorgó un nuevo título, duques de Pastrana, y estos convirtieron a la villa en un lugar prominente e incluso Ruy trató de convencer al monarca para llevar allí la capitalidad del reino antes de que se decidiera por Madrid.
Santa Teresa se refería a Ana de Mendoza como la “princesa monja”
Diez hijos tuvo la pareja, de los cuáles seis llegaron a adultos, y Ruy se había convertido en una de las personas más influyentes en la corte del Rey Prudente, tanto que se hablaba del partido ebolista, enfrentado a la facción afín al duque de Alba. Sin embargo en 1573 falleció de repente y fue en ese momento cuando surgió la auténtica Princesa de Éboli.
El mismo año en que falleció su esposo, decidió entrar en el convento carmelita de su localidad que ella misma había ayudado a fundar. La «princesa monja», como la llamaba Santa Teresa, pronto iba a dar muestra de su carácter caprichoso e incluso llegó al convento con dos de sus doncellas.
La muerte de sus padres la habían convertido una mujer con una enorme fortuna familiar, que incluso el propio rey Felipe II la aconsejó dejar las aventuras religiosas para dedicarse administrar sus bienes y dedicarse a sus hijos, y a ser posible en un lugar cerca de la Corte. Sería allí donde llegaron todos los males de la Mendoza.
El asesinado en Madrid de Juan de Escobedo, precipitó la detención de la Princesa de Éboli
Sus problemas comenzaron con su relación con Antonio Pérez, que había sido servidor de su esposo y al que había sucedido como mano derecha del monarca. Todo terminó explotando con el asesinato de Escobedo en 1578, secretario personal de su hermanastro don Juan de Austria. Reales o no, las acusaciones llevaron hasta Antonio Pérez y de allí apareció el nombre de la princesa. El informe del caso concluía que Ana de Mendoza era “la levadura de todo” y la acusaba de inductora en el asesinato. La princesa, fuera de sí, se atrevió a escribir cartas al monarca acusándole de ser el promotor del asesinato de Escobedo.
Finalmente, Felipe II, que se refería a ella como “la hembra”, dictó en 1579 orden de arresto contra Ana y contra Antonio Pérez. La princesa fue trasladada a Pinto, después a Santorcaz, para terminar en su propio palacio de Pastrana, que fue su cárcel desde 1581 hasta su fallecimiento en 1592.
El parche en el ojo
Si hay una imagen icónica de la princesa es con su parche en el ojo derecho. Sobre su origen no hay tantas certezas aunque según investigó el médico e historiador Gregorio Marañón, la lesión ocular fue causada por un objeto punzante a la edad aproximada de 15 años. Lo más probable y extendido es que fuera causada ensayando con el florete con algún paje, pero no lo sabemos con seguridad. Lo que no hay duda es que muchos se referían a ella como «la tuerta», algunos con cariño como el hermanastro del rey, don Juan de Austria, que escribía en una carta al hermano del Duque del Infantado «A mi tuerta beso las manos«.
Las rejas de la princesa
Hoy día se puede visitar el Palacio Ducal con visitas teatralizadas ensalzando la figura y la vida de Ana de Mendoza. En la visita uno de los lugares más singulares es la habitación donde pasó sus últimos años y la reja que cubría la ventana de la hora. Es allí donde la princesa solía asomarse una hora casi todas las tardes para ver el atardecer en su villa.