El Sultanato de Delhi (1206-1290) surgió en el siglo XIII tras varias oleadas de conquistas islámicas que comenzaron en el siglo VIII. Tras mantener el control de amplias zonas de la India desde Afganistán, en 1206 se fundó el Sultanato de Delhi, gobernado por los llamados «reyes esclavos», dando comienzo a la historia de la India musulmana.
El tercero de estos reyes esclavos fue Ilturmish, padre de Radiyya, y el primero reconocido sultán por el califa de Bagdad.
Radiyya (1205-1240), también conocida como Razia o Raziyya, es un caso excepcional y la única mujer que alcanzó el título de sultán en Delhi. En una sociedad eminentemente patriarcal, fue capaz de subvertir las estructuras políticas existentes alcanzando todo el poder en su persona.
Radiyya, nombre que adoptó y que significaba «bendición», fue nombrada heredera por su propio padre Ilturmish. El sultán situó a su hija por encima de sus hijos varones porque aseguraba que ninguno de ellos estaba mejor cualificado que su hija, algo de lo que no había precedentes.
Un caso excepcional
Radiyya fue un caso único ya que si bien otras mujeres asumieron el poder en otros sultanatos, en la mayoría de casos fue como regentes de sus esposos o hijos, como sucedió en los casos de Shajar al-Durr en la dinastía Ayubí, Khayra Khatun en Ternate, o Nur Banu y Kösem durante el Imperio Otomano.
“Ninguno de mis hijos está cualificado para ser REY y no hay nadie más competente para gobernar el país que mi hija”
(Ilturmish)
Sin embargo no cumplieron la voluntad de su padre y tras su muerte, la Junta de los «Cuarenta» formada por la nobleza feudataria, nombró sultán a uno de sus hermanastros. Pronto se mostró incapaz de gobernar y solo preocupado de disfrutar de los privilegios y placeres reales hasta que fue ejecutado junto a su madre. Radiyya aprovechó su momento y reclamó su derecho y el deseo de su padre, convirtiéndose en el quinto sultán.
Fue un reinado corto, entre 1236 y 1240, pero demostró sobrada capacidad para gobernar. No le tembló la mano para apartar a los comandantes que trataron de oponerse a ella. También sobresalió en el plano militar, liderando a su ejército en batalla, incluso hay crónicas que cuentan que montaba su propio elefante de guerra.
Fue educada como sus hermanos y su padre se aseguró que recibiera formación en administración, diplomacia, equitación y en el arte de la guerra. Solía acompañar a su padre a reuniones de estado. Nunca adoptó el rol que la sociedad reservaba a las mujeres y apenas pasaba tiempo en el harén.
Monedas con su imagen
Como demostración de su poder, llegó a acuñar monedas con su nombre. Al principio junto al de su padre, legitimando su posición como hija del gran sultán Ilturmish, y en sus dos últimos años de reinado aparecía su nombre en solitario.
Sultán, que no sultana
Hizo que la llamaran sultán y no sultana, probablemente debido a que era un nombre destinado a la esposa o amante del sultán. Tampoco usó el tradicional velo y mostraba su rostro públicamente. Se negaba a usar vestimenta femenina y en su lugar llevaba la típica túnica y turbante propio de los varones. Esto provocó la oposición de los grupos más ortodoxos.
Un esclavo y su caída
Una de las razones de su caída en desgracia fue el poder que dio a un esclavo abisinio, Malik Yaqut, al que nombró «comandante de los caballos», un puesto hasta entonces reservado para la nobleza. Incluso hay fuentes que hablan de romance entre ambos. Estas relaciones eran más o menos frecuentes (su propia madre se casó con otro esclavo al quedarse viuda) aunque el sistema de castas aún tenía importancia y el ejército se unió para derrocarla, poniendo en su lugar a otro de sus hermanos.
El gobernador que la mantenía cautiva se enamoró de ella, la propuso matrimonio y la liberó. Trató de ayudarla a recuperar el trono y atacaron a su hermano pero fueron derrotados y Radiyya fue asesinada con apenas 35 años. Murió luchando, como había hecho toda su vida. Hoy en día es muy recordada por la cultura popular. Se han escrito muchos libros y realizado películas y series sobre su vida, la mujer que desafió las normas.
Tras su caída, los «reyes esclavos» que la siguieron fueron fácilmente controlados por los «Cuarenta» y, a excepción del periodo de Balbán, no pudieron evitar el deterioro del sultanato hasta el fin de la dinastía.