Difícilmente podríamos sospechar que el inventor de los deliciosos sorbetes fuera mismísimo emperador romano Nerón (si, el mismo que probablemente no incendió Roma), que allá a mediados del primer siglo de nuestra era, tenía como afición la misma que muchos de nosotros cuando aprieta el calor.
Al parecer este emperador, último de la dinastía Julio-Claudia, tenía la costumbre de enviar a sus más rápidos esclavos a buscar la nieve a las montañas de los Apeninos. De esta forma la tenía rápidamente disponible para poderla mezclar con zumos y miel, y así poderla ofrecer a sus más ilustres invitados.