Este dicho popular sobre esfuerzo necesario para llevar a cabo grandes acciones tiene origen medieval, en plena lucha fratricida por la herencia del rey de León Fernando I.
El Magno decidió repartir sus territorios entre sus hijos, lo que para muchos fue un craso error. Así entregó a su primogénito Sancho el Condado de Castilla elevado a reino, a Alfonso le correspondió el reino de León y a García el de Galicia. Para sus dos hijas, Urraca y Elvira, las ciudades de Zamora y Toro respectivamente.
En 1065 fallecía el rey y enseguida surgieron las disidencias entre los hermanos, sobre todo por parte del primogénito. De primeras Sancho y Alfonso decidieron repartirse Galicia, que arrebataron a su hermano García. Pero al final fue Sancho II de Castilla, apodado el Fuerte, quién se quedó con los tres reinos tras derrotar a Alfonso y exiliarle en la taifa de Toledo.
El mayor problema fue su enfrentamiento con su hermana Urraca. Partidaria de su hermano Alfonso, con el que había pactado, se hizo fuerte en la «bien cercada» Zamora. El rey puso sus ojos (y sus soldados) en la ciudad y la sitió en 1072. Sin embargo el rey encontraría la muerte el 7 de octubre. De las murallas de la ciudad salió un caballero llamado Vellido Dolfos, que tras un engaño, mató a Sancho con su lanza regresando a la ciudad por la Puerta de la Traición1. El propio Cid Campeador, mano derecha del rey, pudo presenciar el regicidio por el que nada pudo hacer.
“…ALLÁ EN CASTILLA LA VIEJA
UN RINCÓN SE ME OLVIDABA,
ZAMORA HABÍA POR NOMBRE,
ZAMORA LA BIEN CERCADA…»(ROMANCE DE DOÑA URRACA)
Sancho, que fuera rey de Castilla, León y Galicia, descubrió que Zamora no se toma en una hora, de hecho no vivió para comprobar el tiempo de la empresa. Urraca no solo mantuvo el señorío de la ciudad sino que además sirvió de consejera del nuevo rey, que una vez liberado heredó todos los reinos como Alfonso VI el Bravo. Tras lograr estabilidad a los reinos, reinició la reconquista que le llevó a la toma de la trascendental ciudad de Toledo en 1085.