María I fue reina de Portugal oficialmente desde el 1777 hasta su fallecimiento en 1816. Sin embargo desde 1792 su hijo Juan, que sería el rey Juan VI, fue el que despachó los temas de estado en su nombre obligada a apartarse por su consejo de estado.
Todo comenzó en 1786 cuando perdió a su marido el Rey consorte Pedro III. Dos años después perdió por la viruela a su primogénito José, que estaba llamado a sucederla en el trono. Ya mentalmente inestable, en 1792 sufrió un ataque de locura a la salida de un teatro y fue lo que la apartó definitivamente del poder, que asumió su hijo Juan.
Fue una ferviente religiosa durante toda su vida, de hecho además de la “reina loca» también se la conoce como “la piadosa”. Defensora de la paz y de las obras sociales, tras la revolución francesa, algo que también la traumatizó, ayudó a muchos nobles franceses a huir de Francia dándoles cobijo en Portugal. Tras la invasión de Portugal (y España) por parte de Napoleón, la familia huyó a Brasil donde el 20 de marzo de 1816 falleció en Río de Janeiro a punto de cumplir los 82 años y ajena a todo cuando sucedía en Europa. Ese día su hijo se convertía oficialmente en Juan VI.