A finales del siglo XII se celebró la batalla de Alarcos, el último gran enfrentamiento victorioso para los musulmanes en la llamada Reconquista. Durante los 780 años que duró la presencia de los ismaelitas en la península no hubo demasiadas batallas, pero si pensamos en una seguro que a todos se nos ocurre la misma: Las Navas de Tolosa.
Pocos años antes de la histórica batalla de las Navas, sucedió otra que pudo ser decisiva y que le pudo costar bien caro al bando cristiano. Cerca de Ciudad Real, la batalla de Alarcos pudo costarle muy cara a un imprudente rey castellano.
Alarcos en 1195 fue, no sólo una derrota, sino una auténtica debacle para las tropas castellanas donde el mismo rey castellano Alfonso VIII estuvo a punto de caer en la batalla y tuvo que huir para salvar la vida tomando «las de Villadiego«.
En 1145, los Almohades, la poderosa dinastía bereber asentada en Marruecos, llegaba a la península Ibérica con el propósito de la reconquista total de la península. Los grandes avances cristianos de los reinos de Portugal, Castilla y Aragón, habían obligado a los dirigentes de Al-Andalus a recurrir a un imperio que se extendía por todo el norte de áfrica. La llegada de los Almohades fueron muy malas noticias para los 5 reinos cristianos que se encontraban enfrascados en continuas guerras civiles por el control de la zona.
Una incursión cristiana por la zona de Sevilla motivada por el arzobispo de Toledo fue lo que incitó al califa Yusuf II a reclutar a un poderoso ejército y emprender la campaña contra los cristianos. A su paso hacia el norte, los Almohades pasaron cerca del Castillo de Salvatierra de la orden de Calatrava, que servía para controlar el territorio y enviaron noticias del avance del inmenso ejército musulmán. El rey de Castilla Alfonso VIII, nervioso y deseoso de acabar con la amenaza, osó enfrentarse sólo a las tropas Almohades a sabiendas de su superioridad en caballería pesada. En lugar de esperar al resto de los ejércitos cristianos en camino, decidió forzar el enfrentamiento cerca del inacabado castillo de Alarcos, a unos 50 km al norte del castillo de Salvatierra.
La derrota castellana
Según las estimaciones actuales los ejércitos debían ser similares en cuanto a número, pero la gran baza que empujó al rey castellano era la formidable caballería pesada al mando de López de Haro, que debía poner en desbandada a la soldada del califa Yusuf II.
La caballería de López de Haro, que iba en vanguardia, fue la primera en atacar. Varias oleadas que finalmente tuvieron éxito y arrasaron las primeras líneas las almohades cayendo incluso el visir Abu Yahya. Pero la táctica habitual de los ejércitos musulmanes era que su vanguardia fuera formada por las tropas de segunda fila, voluntarios, etc. que servían principalmente de choque y desgaste. De esta forma los flancos musulmanes formados por la caballería ligera rodearon a la caballería castellana, sorprendiéndola con rápidos ataques a su retaguardia y se impusieron causándoles muchísimas bajas. Cayeron numerosos nobles castellanos, los que escaparon de la masacre se resguardaron tras las murallas de Alarcos desde donde el rey tuvo que huir a toda prisa en dirección a Toledo. Lopez de Haro y otros insignes caballeros no tuvieron la misma suerte y fueron hechos rehenes. Cayeron numerosos personajes de la nobleza y el clero castellano, así como muchos caballeros de las órdenes militares de Calatrava y Santiago.
Consecuencias de Alarcos
La derrota castellana en la batalla de Alarcos fue total, y aunque desconocemos cifras significó un retroceso notable de todos los reinos cristianos en el avance por la reconquista. Los Musulmanes volvieron a dominar hasta la ribera del río Tajo, lo que ponía en serio peligro a la ciudad de Toledo, ahora totalmente expuesta a un nuevo ataque. Sin embargo el califa, que tomó numerosas plazas manchegas, no atacó la otrora capital visigoda.
Pocos años después, una nuevo califa, al-Nasir, trató de terminar la obra inacabada del fallecido Yusuf II. No era otra que la total recuperación musulmana de toda la península, lo que desembocó en la celebérrima batalla de las Navas de Tolosa (1212), pero eso ya es otra historia.